EL APARTAMENTO


Mientras el tren le conducia hacia Blanes, pensaba Albert que llevaba una temporada en que todo le estaba saliendo relativamente biĆ©n, despuĆ©s de tres aƱos de borrascosas relaciones habĆ­a decidido romper con Alba y la verdad es que estaba mucho mejor solo que no todo el santo dĆ­a al lado de ella , peleĆ”ndose a menudo por nada. No habĆ­a ninguna mujer actualmente a su vida, pero se decĆ­a que una temporada de relajaciĆ³n tambiĆ©n le irĆ­a bien, a los treinta y pocos aƱos se es todavĆ­a demasiado joven para comprometerse,y convivir con una mujer es muy complicado, al menos para Ć©l.
Pensaba en todo esto, en que tenƭa quince dƭas de vacaciones para disfrutar del sol, la playa y lo que se le ocurriera sobre la marcha, y en el apartamento que habƭa conseguido alquilar a un precio mƔs que razonable tal como estaban los precios este aƱo.
El Sr. Natas con quien habƭa hablado por telƩfono, le habƭa dicho que era en las afueras de Blanes, mƔs allƔ de la Plantera, que quedaba uno poco apartado pero a menos de cinco minutos a pie de la playa de los Pinos. Ya le estaba bien, a primera lƭnea de mar los precios eran imposibles y por andar un poquito no le pasarƭa nada, es bueno hacer ejercicio se decƭa.
El autobĆŗs le dejĆ³ en la Plantera, de allĆ­ al apartamento habĆ­a unos cinco minutos a pie, era un edificio de tres plantas, un poco alejado del resto de viviendas de la zona, gris, sin ningun atractivo y bastante desarreglado. Es un poco deprimente - se dijo mientras se acercaba - pero por el tiempo que estarĆ©, no importa.
Al llamar al timbre del primer piso, como le habĆ­a dicho, apareciĆ³ el Sr.Natas, rumano, de mediana edad, bajito y regordete y de cabello destripado dejando eso si entrever una excelsa coronilla, repulsivo todo Ć©l y con una risa de conejo que ponĆ­a de los nervios. Excesivamente amable y servicial como un tendero de antes - se dijo Albert - pero como no tengo que vivir con Ć©l......., eso y el recuerdo del precio del apartamento hicieron desaparecer sus aprensiones.
El Sr. Natas le enseĆ±Ć³ el apartamento, era el tercero, habĆ­a todo lo que podĆ­a necesitar, dos habitaciones, comedor, cocina y baƱo bastante completo. Desde el balcĆ³n del comedor se veĆ­a el mar, quizĆ”s estaba a un poco mĆ”s de cinco minutos, pensĆ³, tendrĆ© que alquilar una bicicleta, se dijo. Una vez se fuĆ© el Sr. Natas, Albert se dirigiĆ³ a la playa de los pinos.
Un cuarto de hora largo fue el tiempo utilizado bajo un sol que aĆŗn calentaba, pero el agua estaba fresca y se repuso del acaloramiento. No habĆ­a demasiada gente, quizĆ”s porque eran las seis de la tarde, y mira que si estaba bien allĆ­ en la arena dejando vagar la mente y recibiendo la cĆ”lida caricia del sol de la tarde. Como tenĆ­a tiempo de sobra, para eso son las vacaciones se fue hasta el pueblo andando por el Paseo de mar, comprĆ³ algunas cosas que le faltaban y se quedĆ³ a cenar en el mismo paseo. A las once de la noche enfilaba hacia el apartamento.
Se puso la tele en su habitaciĆ³n y viendo "Centauros del desierto" se durmiĆ³.........
Un ruido extraƱo le despertĆ³, como si se moviera todo el edificio, intentĆ³ encender la luz, pero el interruptor no funcionaba, el ruido provenĆ­a de la cocina, el del comedor si iba de interruptor y al encenderlo Albert se asustĆ³, la cocina se habĆ­a encogido, la pared del techo estaba apenas a un metro del suelo y estaba aplastando los armarios, la cocina y la nevera. ¿Que estĆ” pasando? Se preguntaba asustado, mientras se daba cuenta de que el techo del comedor empezaba a inclinarse. No se sorprendiĆ³ al no poder abrir la puerta de la calle pero si que se asustĆ³, mĆ”s aĆŗn en darse cuenta que la puerta del comedor la que daba al balcĆ³n, estaba tapiada con ladrillos y aĆŗn se veĆ­a el cemento casi fresco que chorreaba, a pesar de darle patadas no consiguiĆ³ romperlos. El techo del comedor continuaba inclinĆ”ndose y la distancia entre las dos paredes se habĆ­a acortado. Albert comprendiĆ³ que no comprendĆ­a nada pero que le quedaba poco tiempo de vida y morirĆ­a sin saber para que, de una manera atroz. Renunciado, se tendiĆ³ en posiciĆ³n fetal en el sofĆ” y estallĆ³ desesperadamente a llorar, mientras por todo lo que quedaba de apartamento resonaba siniestra la risa de conejo del Sr. Natas.

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